Al ámbar se le conoce con el nombre de “Piedra Caliente” o “Bernstein” en alemán desde el siglo XIII. Es conocido por sus múltiples cualidades curativas. Simplemente paseando por las orillas del mar Báltico se pueden recoger piedras de ámbar con la mano
Las propiedades curativas del ámbar con conocidas desde la antigüedad. Así sabemos que los sanadores griegos usaban el ámbar en el tratamiento de prácticamente todas las enfermedades. Y las mujeres creían que el ámbar no solo era útil para tener una piel más suave, bonita, libre de impurezas y más sana.
Pero el ámbar no es una piedra. Es una resina fosilizada procedente de pinos prehistóricos ya desaparecidos. La resina de aquellos grandes bosques escurría por el tronco y las ramas y se depositaba en la tierra donde quedaba enterrada. Con el paso del tiempo se endurecía y se transformaba en la sustancia que hoy se conoce como ámbar. En algunas ocasiones la resina arrastraba pequeños animales o vegetales que quedaban atrapados en su interior y se han conservado intactos hasta nuestros días, lo cual permite a los científicos un estudio muy detallado del pasado.
El ámbar natural ayuda a normalizar el funcionamiento de las glándulas tiroides y del sistema inmunitario. Los collares de ámbar no deben de ser largos, sino que es mejor que sean cortos para que tengan mayor contacto con el cuello. A través de la piel las propiedades pasan a la sangre, y a través de la sangre llegan al resto de órganos para difundir sus propiedades curativas.
Otros expertos incluso nos comentan que creen que el ámbar tiene propiedades positivas para los enfermos de cáncer al ayudar a eliminar del cuerpo los metales pesados. El ámbar es positivo para prácticamente todas las enfermedades. Y además de eso el ámbar ayuda a relajar el sistema nervioso. Es suficiente con contemplar el ámbar durante 30 minutos, o incluso 10 minutos y ya se pueden notar sus efectos como relajante.
En la medicina oficial moderna el ámbar es usado para extraer un ácido del ámbar, que luego es usado para medicinas con efecto bio-estimulador, y por sus propiedades anti-toxinas, además de las propiedades anti-toxinas y en el tratamiento de la pneumonia y como anti-estrés.
Las propiedades mágicas del ámbar son muchas. Por ejemplo se recomienda llevarlo a las madres que amamantan para que sus hijos tengan un estado de ánimo tranquilo y alegre. También se comenta que hay que poner piedras de ámbar bajo la almohada al dormir para ahuyentar a los malos espíritus durante el sueño. También se cree que es adecuado poner en la casa algunos objetos de ámbar para evitar fuegos y relámpagos.
ORIGEN
Los griegos le denominaban electrón, nombre que se ha utilizado para formar la palabra electricidad dado que al frotarse adquiere una fuerte carga eléctrica capaz de atraer cuerpos ligeros. El conocido como "Ambar Amarillo" se encuentra en el fondo del mar Báltico en grandes cantidades. Desde tiempos remotos las civilizaciones más primitivas lo recogían en el litoral de este mar cuando era arrastrado hacia las playas una vez que las tempestades removieran los fondos marinos y la resaca lo depositase en las costas. En cantidades menores se encuentra en Sicilia, Rumanía, Siberia, Groenlandia, Birmania, Australia, Estados Unidos y en España (Álava), donde recientemente se ha descubierto uno de los más importantes yacimientos de esta sustancia.
También la mitología se ha ocupado del ámbar. Ovidio en su Metamorfosis se refería a él cuando relataba la leyenda de Faetonte, hijo del dios Sol y de la oceánide Clímene. Su madre le había criado sin revelarle nunca sus orígenes divinos pero, llegado a la adolescencia, Clímene se vio en la necesidad de descubrirle su auténtica identidad. Faetonte para estar seguro exigió a su padre un signo de su procedencia y le pidió que le dejase conducir su carro. El Sol pensando en el peligro que aquel deseo podría ocasionar se negó. Pero ante la insistencia de su orgulloso hijo accedió a su petición no sin antes hacerle mil recomendaciones. Faetonte sujetó las riendas y partió por el camino trazado en la bóveda celeste. Pero al poco tiempo la velocidad y la altura hicieron que el terror se apoderase de él y abandonó el camino que le habían trazado. Descendió tanto que a punto estuvo de incendiar la Tierra. Arruinó cosechas, ardieron los bosques, se secaron los ríos, hirvieron los lagos. Faetonte, incapaz de dominar el carro soltó las riendas y pidió ayuda a su padre. El Sol no pudo escuchar sus súplicas porque la Tierra entera estaba clamando al todopoderoso Zeus para que pusiera fin a tantas calamidades. Zeus levantó la cabeza y al ver todos aquellos desastres lo fulminó con un rayo precipitándolo en el río Erídamo. Sus hermanas, las Helíades, convertidas en álamos lloraron amargamente su pérdida derramando lágrimas de ámbar sobre las orillas del río.
Hoy, siguiendo la huella de nuestros antepasados, el ámbar se utiliza en la elaboración de joyas muy valiosas y en amuletos protectores. Con esta resina fosilizada del color de la miel se confeccionan todo tipo de colgantes, collares, aros, pendientes, anillos, etc., que gozan de una extraordinaria popularidad dentro del mundo esotérico. Todavía en nuestros días el ámbar se recomienda como sustancia protectora y curativa. Cálido y liviano, suave cuando lo acariciamos, aromático cuando lo calentamos y eléctrico cuando lo frotamos, el ámbar debería acompañarnos siempre para aliviar y reconfortar nuestra vida con un toque mágico de esas lágrimas de templada miel.
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